jueves, 24 de febrero de 2011

COSMOLOGIA,COSMOVISION Y COSMOGONIA

COSMOLOGIA – COSMOVISION – COSMOGONIA
En el estudio de una cosmología se otorga una mayor importancia a tres tipos de información. En primer lugar, las historias orales o escritas, consideradas como mitos; en segundo lugar, los rituales, generalmente percibidos como la representación de esos mitos; y, en tercer lugar, las representaciones visuales de aquellos mitos, ya sea en la arquitectura o en la iconografía.
Argumento Cosmológico - ¿Qué es?
El Argumento Cosmológico o argumento de la Primera Causa es un argumento filosófico a favor de la existencia de Dios, el cual explica que todo tiene una causa, que debe haber existido una primera causa, y que esta primera causa no se ocasionó a sí misma. El Argumento Cosmológico del Kalam es una de las variantes del argumento que ha resultado especialmente útil al defender la posición filosófica de la visión del mundo teísta. La palabra árabe "kalam" significa "hablando," pero más generalmente, la palabra puede ser interpretada como "filosofía teológica."
Argumento Cosmológico - Historia
Los ´argumentos de primera causa´ fueron introducidos por Platón y Aristóteles en los siglos tercero y cuarto antes de Cristo. Estos argumentos sostienen que todo lo que existe u ocurre debe haber tenido una causa. Así que, si uno retrocede lo suficiente en el tiempo, puede descubrir una primera causa. Aristóteles, un
deísta, propuso que esta primera causa fue el creador del universo. Tomás Aquino, un cristiano, luego amplió las ideas de Aristóteles en el siglo XIII d.C. y moldeó el concepto de la primera causa dentro de un marco en el cual la primera causa del universo mismo no fue ocasionada: La Primera Causa es Dios. Basado en un razonamiento similar, el Argumento Cosmológico del Kalam fue desarrollado por filósofos musulmanes en la Edad Media, pero no ha perdido nada de su poder filosófico a través de los siglos. En los últimos años, el filósofo cristiano William Lane Craig ha llevado el argumento Kalam Cosmológica de nuevo en el centro de atención.
Argumento Cosmológico - Las Tres Premisas
De acuerdo con Craig, el Argumento Cosmológico del Kalam está basado en las tres premisas siguientes:
  1. Todo lo que empezó a existir tiene una causa de su existencia.
  2. El universo comenzó a existir.
  3. Por lo tanto, el universo tiene una causa de su existencia.
La creación de una cosmogonía personal tiene como objetivo la identificación de los elementos que dan forma a nuestra persona y entender que las vivencias personales son únicas y el bagaje es materia prima para nuestros procesos creativos.
Del griego kosmogonía, compuesto de kosmos, buen orden, adorno, mundo, y (gone, generación) Relato mítico que explica el origen del mundo y su estructura. Las cosmogonías son inicialmente teogonías: la constitución del mundo se explica mediante sucesivas generaciones de divinidades, que establecen una jerarquía y un orden que representa la distinción de los diversos niveles fundamentales del mundo (celeste, terrestre y subterráneo) y el equilibrio y relación que existe entre los diferentes componentes del mundo. Las teogonías / cosmogonías de Hesíodo (siglo VIII aC), en su Teogonía y Los trabajos y los días, influyeron directamente en algunos aspectos de las cosmologías de los primeros presocráticos.
La cosmogonía pretende establecer otra dimensión de la realidad, ayudando a construir activamente la percepción del universo (espacio) y del origen de dioses, hombres y elementos naturales. A su vez, permite apreciar la necesidad del ser humano de concebir un orden físico y metafísico que permita conjurar el caos y la incertidumbre.
Por eso en general, las narraciones cosmogónicas no sólo representan una configuración del universo, desde el punto de vista de estudiar lo que es en tanto que es y existe como sustancia de los fenómenos (visión ontológica), sino que de ellas también se derivan ciertas necesidades éticas para la preservación en la unidad del mismo.
Las teorías científicas proporcionan actualmente al imaginario popular los elementos para la descripción del origen del universo y lo que hay en él; orígenes que anteriormente eran explicados solo a través de la cosmogonía presente en las diferentes religiones. Así, actualmente las ciencias describen la evolución del universo, particularmente a través de la teoría del Big Bang; y el origen y la evolución de la vida, a través de la teoría de la síntesis evolutiva moderna.
Decía Fiedrich Nietzsche, un filósofo alemán del siglo XIX que "El ser humano es un animal que se pregunta por las cosas, intentando buscar sentido a su vida como a las cosas mismas".
Ese deseo de saber, la necesidad de atribuir un sentido a las cosas y a la propia vida posee tres rasgos característicos:
a) es en cierto sentido un "lujo de la naturaleza": no sabemos que ningún otro animal lo haga como nosotros. b) Es algo problemático: a menudo nos encontramos en una situación de angustia al no hallar respuestas que nos satisfagan o descubrir que las respuestas que tenemos son erróneas. No sabemos siquiera si existe una única y verdadera respuesta. c) Es algo inevitable: el ser humano no puede dejar de pensar volviendo a una pura animalidad.
Para responder estas preguntas el ser humano ha elaborado distintos tipos de discursos interpretativos de la realidad que tienen en común intentar explicar lo que existe, lo que ha existido o existirá con la intención de hallarle un sentido. De esta manera buscan ser una descripción y dar una explicación de la realidad con finalidades varias como poder hacer predicciones sobre ella o bien indicar cuál es el comportamiento correcto.
Los principales discursos interpretativos de la realidad que se han dado a lo largo de la historia son los discursos míticos, que incluyen el mito y la religión, y los discursos racionales, que incluyen la filosofía y la ciencia.
Cada persona tiene una cosmovisión. Muchas personas simplemente se adaptan a la cosmovisión de los que están a su alrededor. Otros se adaptan a la que el mundo promueve. Y hay otro grupo de personas que realmente evalúan sus creencias y desarrollan una cosmovisión de acuerdo a sus convicciones. Aunque hay varias formas de desarrollar nuestra cosmovisión, es importante reconocer que todos basamos nuestras vidas y las decisiones que tomamos en los principios de nuestra cosmovisión personal.
A continuación, vamos a intentar mostrar que las principales cosmovisiones que están actualmente vigentes proceden de ampliar analógicamente a toda la realidad la experiencia de cuatro niveles fundamentales
a) - la materia. b) - la vida (el psiquismo inferior). c) - la conciencia espiritual.        d) - la revelación de lo personal
Cada una de estas experiencias básicas da lugar a una cosmovisión. Las dos primeras cosmovisiones se presentan hoy como expresiones científicas (aunque su reduccionismo no puede basarse en la ciencia). Las dos segundas cosmovisiones son religiosas: la impersonal (el todo divino) y la personal (un Dios creador y trinitario).
En alguna etapa de nuestra vida y/o “crisis existenciales”,  invariablemente nos llegamos a preguntar: ¿Quién soy?, ¿De donde vengo?, ¿A dónde voy?, ¿Qué era antes de existir?,  ¿Qué hago aquí?, ¿Cuál es el propósito de mi existencia?, ¿Que será de mí?, Cuándo yo muera… ¿Que pasará conmigo? etc., Es un tema que camina al borde de lo tangible e intangible.
Las Principales Cosmovisiones filosóficas
  La cosmovisión idealista de Platón: La idea central de Platón es la existencia de dos mudos opuestos. El de las ideas, que son espirituales, eternas, perfectas e inmutables, y el de las cosas materiales y sensibles, que es una sombra del primero. El hombre participa de los dos mundos, se envilece con la materia y se ennoblece con una mayor participación en el de las ideas. En esta afirmación platónica, yo diría se experimenta con la materia. Soy un convencido de que vengo a este mundo a experimentar con las cosas materiales y entre ellas mi cuerpo.
La cosmovisión realista de Aristóteles: La teoría del hilemorfismo reúne los dos mundos Platónicos en uno solo. La esencia de cada cosa esta compuesta por dos polos: La materia y la forma. En el hombre, el alma es la forma o estructura espiritual que le da unidad y vida a la materia o cuerpo. La  abstracción consiste en captar la forma de las cosas, con la cual se origina el concepto universal.
 
La cosmovisión teocéntrica de Santo Tomás de Aquino. Dios es el creador de todo el universo; es el origen y el fin del hombre. La virtud máxima del ser humano es el amor o caridad, por la cual realiza su unidad con Dios y con sus congéneres.
La cosmovisión  pesimista de Schopenhauer.  El hombre es infeliz por su propia naturaleza. La esencia del hombre es voluntad, deseo, y por lo tanto, siempre se sentirá incompleto y frustrado. Pero mediante el arte, la compasión y la ascética, es posible disminuir el peso de la desgracia de la especie humana. El hombre es infeliz por su propia naturaleza, solo si se compara con Dios (Aunque a decir verdad el hombre es infeliz también si se compara con el vecino).
La cosmovisión dionisíaca de Nietzsche. Lo apolíneo es racional, luminoso, estático. Lo dionisíaco es dinámico, vigoroso, poderoso. El hombre participa de estos dos polos.
La Ética, las religiones, la ciencia y la metafísica han inventado un mundo estático, apolíneo, que sea constituido en el peor enemigo de evolución humana. El Superhombre, pletórico de cualidades, se encargara de restituir los verdaderos valores
La cosmovisión revolucionaría del Marxismo. La materia es primero que el espíritu. Este es una creación del cerebro. Dios no existe: Al hombre ha creado su concepto y se ha sometido a un Dios imaginario. Esto es una alienación. La lucha contra las alienaciones (Económica, religiosa, social y filosófica), es la meta de la lucha de clases.
La cosmovisión existencialista de Sartre. Lo propio del ser humano es su libertad. De aquí se infiere que Dios no existe; tampoco los valores objetivos. El hombre es una pasión inútil; está condenando al fracaso. El amor consiste en hacerse fascinante para el otro y así atrapar su libertad.
La Postura personal es nuestra cosmovisión. Cosmovisión significa visión del cosmos. Cómo vemos al mundo o cual es la idea que tenemos de él. Tener un criterio propio nos exige el compromiso con una postura personal que tiene que ser lo suficientemente flexible como para acompañar la evolución y el cambio.
Weltanschauung.[1] Cosmovisión. ¿Qué es? Todo el mundo tiene una. Ilustra la manera en que todas las personas interpretan la vida. Desencadena las decisiones que uno toma, sin mencionar la dirección de nuestras respuestas. Se presenta en muchas variedades. La filosofía, la ciencia, la cultura y / o la religión en general aportan las contribuciones dominantes a la misma ¿Qué es? Es la visión del mundo personal de cada individuo vivo.
¿Qué es una cosmovisión? Una cosmovisión comprende la colección propia de supuestos, convicciones y valores de los que una persona trata de comprender y dar sentido al mundo y a la vida. “Una cosmovisión es un esquema conceptual por el cual, consciente o inconscientemente, coloca o da forma a todo lo que creemos y por el que interpretamos y juzgamos la realidad.” “Una cosmovisión es, en primer lugar, una explicación e interpretación del mundo y segundo, una aplicación de este punto de vista de la vida.”
¿Cómo se forma una cosmovisión? ¿Por dónde empezar? Cada cosmovisión comienza con presuposiciones, es decir, las creencias que uno presume son ciertas, sin apoyarlas con evidencia independiente de otras fuentes o sistemas. Interpretar la realidad, en parte o en su conjunto, requiere que se adopte una postura interpretativa ya que no hay pensamiento “neutral” en el universo. Esto se convierte en el fundamento sobre el cual se construye.

miércoles, 16 de febrero de 2011

¡DESPIERTA! ¡LA FELICIDAD ERES TÚ!

Despertarse es la espiritualidad, porque sólo despiertos podemos entrar en la verdad y descubrir qué lazos nos impiden la libertad. Esto es la iluminación. Es como la salida del Sol sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad. Es la alegría que se descubre a sí misma, desnuda de toda forma. Esto es la iluminación. El místico es el hombre iluminado, el que todo lo ve con claridad, porque está despierto.
No quiero que os creáis lo que os digo porque yo lo digo, sino que cuestionéis cada palabra y analicéis su significado y lo que os dice en vuestra vida personal; pero con sinceridad, sin autoengañaros por comodidad o por miedos.
Lo importante es el Evangelio, no la persona que lo predica ni sus formas. No la interpretación que se le ha dado siempre o la que le da éste o aquél, por muy canonizado que esté. Eres tú el que tiene que interpretar el mensaje personal que encierra para ti, en el ahora. No te importe lo que la religión o la sociedad prediquen.
La sociedad sólo canoniza a los que se conforman con ella. En el tiempo de Jesús y ahora. A Jesús no pudieron canonizarlo y por ello lo asesinaron. ¿Quiénes creéis que lo mataron? ¿Los malos? No. A Jesús lo asesinaron los buenos de turno, los más respetados y creídos en aquella sociedad. A Jesús lo mataron los escribas, los fariseos y sacerdotes; y si no andas con cuidado, asesinarás a Jesús mientras vives dormido.

Despertarse es la espiritualidad, porque sólo despiertos podemos entrar en la verdad y la libertad.

Estás dormido
¿Y cómo sabré si estoy dormido? Jesús os lo dice en el Evangelio: “¿Por qué decís Señor, Señor, si no hacéis lo que os digo?” Si no hacemos lo que Dios quiere y nos dedicamos a fabricarnos un Dios “tapa agujeros”, es que estamos dormidos. Lo que importa es responder a Dios con el corazón. No importa ser ateo, musulmán o católico; lo importante es la circuncisión y el bautismo del corazón. El estar despierto es cambiar tu corazón de piedra por uno que no se cierre a la verdad.
Si estás doliéndote de tu pasado, es que estás dormido. Lo importante es levantarse para no volver a caer. La solución está en tu capacidad de comprensión y de ver otra cosa que lo que te permites ver. Ver lo que hay detrás de las cosas. Cuando se te abran los ojos, verás cómo todo cambia, que el pasado está muerto y el que se duerme en el pasado está muerto, porque sólo el presente es vivo si tú estás despierto en él.
Metanoia quiere decir despertarse y no perderse la vida. Es vivenciar el pre­sente. Para saber esto hay un criterio: ¿Tú sufres? Es que estás dormido. Es igual que sepas muchas cosas y te de­diques a salvar a las personas. "El cie­go que guía a otro ciego" quiere decir que los dos están dormidos. Si sufres es que estás dormido. Me dirás que el dolor existe. Sí, es verdad que el dolor existe, pero no el sufrimiento. El sufri­miento no es real, sino una obra de tu mente. Si sufres es que estás dormido porque, en sí, el sufrimiento no existe, es un producto de tu sueño; y si estás dormido, verás a un Jesús dormido, que tú te has imaginado, que nada tiene que ver con el Jesús real, y eso puede ser muy peligroso.
Calderón dice: "Todo es según el co­lor del cristal con que se mira." Si es­tás dormido no serás capaz de ver más que cosas dormidas, y no te darás cuen­ta hasta que despiertes. Pasará la vida por ti sin que tú la vivas.
Si tienes problemas es que estás dor­mido. La vida no es problemática. Es el yo (la mente humana) el que crea los problemas. A ver si eres capaz de com­prender que el sufrimiento no está en la realidad, sino en ti. Por eso, en todas las religiones, se ha predicado que hay que morir al yo para volver a nacer. Éste es el verdadero bautismo que hace surgir al hombre nuevo. La realidad no hace problemas, los problemas nacen de la mente cuando estás dormido. Tú pones los problemas.
Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, no como sacrificio, ni como esfuerzo, sino por iluminación.

Despierta
¿Se puede decir que en estos últi­mos días no te has sentido como un hombre libre y feliz, sin problemas ni preocupaciones? ¿No te has sentido así? Pues estás dormido. ¿Qué ocu­rre cuando estás despierto? No cambia nada, todo ocurre igual, pero tú eres el que ha cambiado para entrar en la realidad. Entonces lo ves todo claro.
Le preguntaron a un maestro orien­tal sus discípulos: "¿Qué te ha pro­porcionado la iluminación?" Y con­testó: "Primero tenía depresión y aho­ra sigo con la misma depresión, pero la diferencia está en que ahora no me molesta la depresión."
Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, ni como sacrificio, ni como esfuerzo, sino por iluminación. Aceptarlo todo porque lo ves claro y ya nada ni nadie te puede engañar. Es desper­tar a la luz. El dolor existe, y el sufri­miento sólo surge cuando te resistes al dolor. Si tú aceptas el dolor, el sufrimiento no existe. El dolor no es inaguantable, porque tiene un sentido comprensible en donde se remansa. Lo inaguantable es te­ner el cuerpo aquí y la mente en el pasa­do o en el futuro.
Lo insoportable es querer distorsio­nar la realidad, que es inamovible. Eso sí que es insoportable. Es una lucha in­útil como es inútil su resultado: el su­frimiento. No se puede luchar por lo que no existe.
No hay que buscar la felicidad en donde no está, ni tomar la vida por lo que no es vida, porque entonces estaremos creando un sufrimiento que sólo es el resultado de nuestra ceguera y, con él, el desasosiego, la congoja, el mie­do, la inseguridad... Nada de esto exis­te sino en nuestra mente dormida. Cuando despertemos, se acabó.

Importa la vida
El ir contra la realidad, haciendo problemas de las cosas, es creer que tú importas, y lo cierto es que tú, como personaje individual, no importas nada. Ni tú, ni tus decisiones ni acciones im­portan en el desarrollo de la vida; es la vida la que importa y ella sigue su cur­so. Sólo cuando comprendes esto y te acoplas a la unidad, tu vida cobra sen­tido. Y esto queda muy claro en el Evangelio. ¿Importaron todas las trans­gresiones y desobediencias para la his­toria de la salvación? ¿Importa si yo asesino a un hombre? ¿Importó el que asesinaran a Jesucristo? Los que lo ase­sinaron creían estar haciendo un acto bueno, de justicia, y lo hicieron después de mucho discernimiento.
Jesús era portador de la luz y por ello predicaba las cosas más raras y contra­rias al judaísmo, a sus creencias e in­terpretaciones religiosas: hablaba con las mujeres, comía con los ladrones y prostitutas. Pero, además, interpretaba la Ley en profundidad, saltándose las reglas y sus formas. Los sabios y los poderosos tenían que eliminarlo. ¿Po­día ser de otra manera? Era necesario que muriera así, asesinado y no enfer­mo de vejez.
Cuentan que un rey godo se emocio­nó al oír el relato de Jesús y dijo: "¡De estar yo allí, no lo hubieran matado!"
¿Lo creemos así, como ese rey godo? Dormimos.
La muerte de Jesús descubre la rea­lidad en una sociedad que está dormi­da y, por ello, su muerte es la luz. Es el grito para que despertemos.

No te ates
¿Qué hace falta para despertarse? No hace falta esfuerzo ni juventud ni dis­currir mucho. Sólo hace falta una cosa, la capacidad de pensar algo nuevo, de ver algo nuevo, de ver algo nuevo y de descubrir lo desconocido. Es la capa­cidad de movernos fuera de los esque­mas que tenemos. Ser capaz de saltar sobre los esquemas y mirar con ojos nuevos la realidad que no cambia.
El que piensa como marxista, no piensa; el que piensa como budista, no piensa; el que piensa como musulmán, no piensa... y el que piensa como católico, tampoco piensa. Ellos son pensados por su ideología. Tú eres un esclavo en tanto y en cuanto no puedes pensar por encima de tu ideología. Vives dormido y pensado por una idea. El profeta no se deja lle­var por ninguna ideología, y por ello es tan mal recibido. El profeta es el pionero, que se atreve a elevarse por encima de los esquemas, abriendo camino.
La Buena Nueva fue rechazada por­que no querían la liberación personal, sino un caudillo que los guiase. Tememos el riesgo de volar por noso­tros mismos. Tenemos miedo a la li­bertad, a la soledad, y preferimos ser esclavos de unos esquemas. Nos ata­mos voluntariamente, llenándonos de pesadas cadenas, y luego nos queja­mos de no ser libres. ¿Quién te tiene que liberar si ni tú mismo eres cons­ciente de tus cadenas?
Las mujeres se atan a sus maridos, a sus hijos. Los maridos a sus mujeres, a sus negocios. Todos nos atamos a los deseos y nuestro argumento y justifi­cación es el amor. ¿Qué amor? La rea­lidad es que nos amamos a nosotros mismos, pero con un amor adulterado y raquítico que sólo abarca el yo, el ego. Ni siquiera somos capaces de amarnos a nosotros mismos en libertad. Entonces, ¿cómo vamos a saber amar a los demás, aunque sean nuestros es­posos o nuestros hijos? Nos hemos acostumbrado a la cárcel de lo viejo y preferimos dormir para no descubrir la libertad que supone lo nuevo.

Lo peor y más peligroso del que duerme es creer que está despierto y confundir sus sueños con la realidad.

No confundas los sueños
Vosotros estáis dormidos porque, si no, ya no necesitarías venir a este cur­so. Si ya lo vierais todo con ojos nue­vos, ya no necesitaríais venir a desper­taros. Pero, si sois capaces de recono­ceros dormidos, ser conscientes de que no estáis despiertos, ya es un paso. Pues lo peor y más peligroso del que duer­me es creer que está despierto y con­fundir sus sueños con la realidad. Lo primero que necesitáis para despertar, es saber que estáis durmiendo y estáis soñando.
La religión es una cosa buena en sí, pero en manos de gente dormida pue­de hacer mucho daño. Y lo podemos ver muy claramente por la historia de una religión que, en el nombre de Dios, cometió tantas barbaridades creyendo que hacía el bien. Si no sabes emplear la religión en esencia, en libertad, sin fanatismos ni ideologías de un color u otro, puedes hacer mucho daño y, de hecho, se sigue haciendo.
Para despertar hay que estar dispues­to a escucharlo todo, más allá de los cartelitos de buenos y malos, con receptividad, que no quiere decir credu­lidad. Hay que cuestionarlo todo, aten­tos a descubrir las verdades que puede haber, separándolas de las que no lo son. Si nos identificamos con las teo­rías sin cuestionarlas con la razón -y sobre todo con la vida- y nos las tra­gamos almacenándolas en la mente, es que seguimos dormidos. No has sabi­do asimilar esas verdades para hacer tus propios criterios. Hay que ver las ver­dades, analizarlas y ponerlas a prueba, una vez cuestionadas.
"Haced lo que os digo", dice Jesús. Pero no podremos hacerlo si antes no nos transformamos en el hombre nue­vo, despierto, libre, que ya puede amar.
"Aunque diera todo a los pobres, y mi cuerpo a las llamas -dice Pablo­, ¿de qué me serviría si no amo?" Este modo de ver de Pablo se consigue vi­viendo, y este modo de ser nace de es­tar despierto, disponible y sin engaños.
Cuando la relación entre amigos no funciona lo bien que tú quisieras, pue­des aliviarla. Puedes pararte y comen­zar una tregua, pero si no has puesto al aire las premisas que están debajo, el problema sigue en pie, y seguirá gene­rando sentimientos negativos.

¡Qué lío!
Mi vida es un lío. ¿Soy capaz de re­conocerlo? Necesito tener receptividad. ¿Estoy dispuesto a reconocer que el su­frimiento y la congoja los fabrico yo mismo? Si eres capaz de darte cuenta, es que comienzas a despertarte.
Ordinariamente, buscamos alivio y no curación. Cuando sufres, ¿estás dis­puesto a separarte de ese sufrimiento lo necesario para analizarlo y descubrir el origen que está detrás? Es preferible dejar que sufras un poco más, hasta que te hartes y estés dispuesto a ver. O des­piertas tú, o la vida te despertará.
Las componendas y alivios son manejos comerciales del buen comportamiento que te ha metido en la mente tu sentido de buena educación. Si los miras, bien despierto, descubri­rás que no son más que utilización, co­mercio de toma y daca y chantaje, más hipocresía. Cuando ves esto, ¿quieres quitarte el cáncer, o tomar un analgésico para no sufrir? Cuando la gente se harta de sufrir es un buen momento para despertar.
Buda dice: "El mundo está lleno de dolor, que genera sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el deseo. Si quieres arrancarte esa clase de dolor, tendrás que arrancarte el deseo."
¿El deseo es cosa buena? Es una cuestión de lenguaje, pues la palabra "deseo", en español, abarca deseos buenos, que son estímulos de acción, y deseos estériles, que a nada condu­cen. A estos deseos, para entendernos, vamos a llamarlos apegos.
La base del sufrimiento es el ape­go, el deseo. En cuanto deseas una cosa compulsivamente y pones todas tus ansias de felicidad en ella, te ex­pones a la desilusión de no conseguir­la. De no haber deseado tanto que tu amigo te acoja, te contemple y te ten­ga en cuenta; de no desearlo tanto, no te importaría su indiferencia ni su re­chazo. Donde no hay deseo-apego, no hay miedo, porque el miedo es la cara opuesta del deseo, insepa­rable de él.
Sin esta clase de deseos, nadie te puede intimidar, ni nadie te puede con­trolar o robar, porque, si no tienes deseos, no tienes miedo a que te quiten nada.

No hay pareja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre. Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerables.

El amor no duerme
Donde hay amor no hay deseos. Y por eso no existe ningún miedo. Si amas de verdad a tu amigo, tendrías que poder decirle sinceramente: "Así, sin los cristales de los deseos, te veo como eres, y no como yo desearía que fue­ses, y así te quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me faltes, a que no me quieras." Porque en realidad, ¿qué deseas? ¿Amar a esa persona tal cual es, o a una imagen que no existe? En cuanto puedas desprenderte de esos deseos-apegos, podrás amar; a lo otro no se lo debe llamar amor, pues es todo lo contrario de lo que el amor significa.
El enamorarse tampoco es amor, sino desear para ti una imagen que te imaginas de una persona. Todo es un sueño, porque esa persona no existe. Por eso, en cuanto conoces la reali­dad de esa persona, como no coincide con lo que tú te imaginabas, te des­enamoras. La esencia de todo enamo­ramiento son los deseos. Deseos que generan celos y sufrimiento porque, al no estar asentados en la realidad, viven en la inseguridad, en la descon­fianza, en el miedo a que todos los sueños se acaben, se vengan abajo.
El enamoramiento proporciona cier­ta emoción y exaltación que gusta a las personas con una inseguridad afectiva y que alimentan una sociedad y una cultura que hacen de ello un comercio. Cuando estás enamorado no te atreves a decir toda la verdad por miedo a que el otro se desilusione porque, en el fon­do, sabes que el enamoramiento sólo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas.
El enamoramiento supone una ma­nipulación de la verdad y de la otra per­sona para que sienta y desee lo mismo que tú y así poder poseerla como un objeto, sin miedo a que te falle. El ena­moramiento no es más que una enfer­medad y una droga del que, por su in­seguridad, no está capacitado para amar libre y gozosamente.
La gente insegura no desea la felicidad de verdad; porque teme el riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la dro­ga de los deseos. Con los deseos vie­nen el miedo, la ansiedad, las tensio­nes y..., por descontado, la desilusión y el sufrimiento continuos. Vas de la exaltación al desespero.
¿Cuánto dura el placer de creer que has conseguido lo que deseabas? El primer sorbo de placer es un encan­to, pero va prendido irremediable­mente al miedo a perderlo, y cuando se apoderan de ti las dudas, llega la tristeza. La misma alegría y exalta­ción de cuando llega el amigo, es pro­porcional al miedo y al dolor de cuan­do se marcha... o cuando lo esperas y no viene... ¿Vale la pena? Donde hay miedo no hay amor, y podéis es­tar bien seguros de ello.
Cuando despertamos de nuestro sue­ño y vemos la realidad tal cual es, nues­tra inseguridad termina y desaparecen los miedos, porque la realidad es y nada la cambia. Entonces puedo decirle al otro: "Como no tengo miedo a perderte, pues no eres un objeto de propiedad de nadie, entonces puedo amarte así como eres, sin deseos, sin apegos ni condiciones, sin egoísmos ni querer poseerte." Y esta forma de amar es un gozo sin límites.
¿Qué haces cuando escuchas una sinfonía? Escuchas cada nota, te delei­tas en ella y la dejas pasar, sin buscar la permanencia de ninguna de ellas, pues en su discurrir está la armonía, siempre renovada y siempre fresca. Pues, en el amor, es igual. En cuanto te agarras a la permanencia destruyes toda la belleza del amor. No hay pare­ja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre. El apego mu­tuo, el control, las promesas y el deseo, te conducen inexorablemente a los con­flictos y al sufrimiento y, de ahí, a cor­to o largo plazo, a la ruptura. Porque los lazos que se basan en los deseos son muy frágiles. Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerable.

Disparar gratuitamente
Hay dos tipos de deseos o de de­pendencias: el deseo de cuyo cumpli­miento depende mi felicidad y el deseo de cuyo cumplimiento no depen­de mi felicidad.
El primero es una esclavitud, una cárcel, pues hago depender de su cumplimiento, o no, mi felicidad o mi sufrimiento. El segundo deja abierta otra alternativa: si se cumple me ale­gro y, si no, busco otras compensaciones. Este deseo te deja más o me­nos satisfecho, pero no te lo juegas todo a una carta.
Pero existe una tercera opción, hay otra manera de vivir los deseos: como estímulos para la sorpresa, como un juego en el que lo que más importa no es ganar o perder, sino jugar.
Hay un proverbio oriental que dice: "Cuando el arquero dispara gratuita­mente, tiene con él toda su habilidad." Cuando dispara esperando ganar una hebilla de bronce, ya está algo nervio­so. Cuando dispara para ganar una me­dalla de oro, se vuelve loco pensando en el premio y pierde la mitad de su habilidad, pues ya no ve un blanco, sino dos. Su habilidad no ha cambiado pero el premio lo divide, pues el deseo de ganar le quita la alegría y el disfrute de disparar. Quedan apegadas allí, en su habilidad, las energías que necesitaría libres para disparar. El deseo del triun­fo y el resultado para conseguir el pre­mio se han convertido en enemigos que le roban la visión, la armonía y el goce.
El deseo marca siempre una depen­dencia. Todos dependemos, en cierto sentido, de alguien (el panadero, el le­chero, el agricultor, etc., que son necesarios para nuestra organización). Pero depender de otra persona para tu pro­pia felicidad es, además de nefasto para ti, un peligro, pues estás afirmando algo contrario a la vida y a la realidad.
Por tanto, el tener una dependencia de otra persona para estar alegre o tris­te es ir contra la corriente de la reali­dad, pues la felicidad y la alegría no pueden venirme de fuera, ya que están dentro de mí. Sólo yo puedo actualizar las potencias de amor y felicidad que están dentro de mí y sólo lo que yo con­siga expresar, desde esa realidad mía, me puede hacer feliz, pues lo que me venga desde afuera podrá estimularme más o menos, pero es incapaz de dar­me ni una pizca de felicidad.
Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melo­día la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno con su música, y no se agotan las melodías, pues con cada persona suena otra me­lodía distinta que también me hace fe­liz y enriquece mi armonía. Puedo te­ner una melodía o más, que me agra­den en particular, pero no me agarro a ellas, sino que me agradan cuando es­tán conmigo y cuando no están, pues no tengo la enfermedad de la nostalgia, sino que estoy tan feliz que no añoro nada. La verdad es que yo no puedo echarte de menos porque estoy lleno de ti. Si te echase de menos sería recono­cer que al marcharte te quedaste fuera. ¡Pobre de mí, si cada vez que una per­sona amada se va, mi orquesta deja de sonar!
Cuando te quiero, te quiero inde­pendiente de mí, y no enamorado de mí, sino enamorado de la vida. No se puede caminar cuando se lleva a al­guien agarrado. Se dice que tenemos necesidades emocionales: ser querido, apreciado, pertenecer a otro, que se nos desee. No es verdad. Esto, cuando se siente esa necesidad, es una enfermedad que viene de la inse­guridad afectiva.
Tanto la enfermedad, necesidad de sentirme querido, como la medicina que se ansía, el amor recibido, están basados en premisas falsas. Necesida­des emocionales para conseguir la fe­licidad en el exterior, no hay ninguna; puesto que tú eres el amor y la felici­dad en ti mismo. Sólo mostrando ese amor y gozándote en él vas a ser real­mente feliz, sin agarraderas ni deseos, puesto que tienes en ti todos los ele­mentos para ser feliz.
La respuesta de amor del exterior agrada y estimula, pero no te da más felicidad de la que tú dispones, pues tú eres toda la felicidad que seas capaz de desarrollar. Dios es la Verdad, la Feli­cidad y la Realidad, y Él es la Fuente, dispuesta siempre para llenarnos en la medida que, libremente, nos abramos a Él.

Tú ya eres felicidad
Despertarse es la única experiencia que vale la pena. Abrir bien los ojos para ver que la infelicidad no viene de la realidad, sino de los deseos y de las ideas equivocadas. Para ser feliz no has de hacer nada, ni conseguir nada, sino deshacerte de falsas ideas, ilusiones y fantasías que no te dejan ver la reali­dad. Eso sólo se consigue mantenién­dote despierto y llamando a las cosas por su nombre.
Tú ya eres felicidad, eres la felici­dad y el amor, pero no lo ves porque estás dormido. Te escondes detrás de las fantasías, de las ilusiones y también de las miserias de las que te avergüen­zas. Nos han programado para ser feli­ces o infelices (según aprieten el botón de la alabanza o de la crítica), y esto es lo que te tiene confundido. Has de dar­te cuenta de esto, salir de la programa­ción y llamar a cada cosa por su nombre.
Si te empeñas en no despertar, nada se puede hacer. "No te puedes empe­ñar en hacer cantar a un cerdo, pues perderás tu tiempo y el cerdo se irrita­rá." Ya sabes que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Si no quieres oír para despertar, seguirás programado, y la gente dormida y programada es la más fácil de controlar por la sociedad.

Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melodía la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno de su música.
tomado del libro de antony de melo